En el país de los Vulcanos los humanos no son seres sino recursos, la riqueza circula con más libertad que los ciudadanos, la gente ha dejado de tener nombre para pasar a ser un número. Ya no son personas sino patriotas, suman pero no cuentan, existen pero no viven.
En Vulcania los medios de información desinforman, solo muestran lo que ellos quieren que ocurra y nada sucede si ellos no lo cuentan; sus informativos enseñan a ignorar, la realidad es ficción, la noticia es disfrazada, la disidencia silenciada. Oyen pero no escuchan, dan pero no otorgan, hablan pero no dicen.
El crimen redacta las leyes, la justicia encarcela inocentes, no hay derechos sino privilegios, no hay orden sino caos; el soldado ignora al asesino porque le tiene frente al espejo, defiende el sistema frente al pueblo indefenso.
El cardenal de Vulcania. ama mas al poder que a Dios, toma su nombre en vano y solo santifica la riqueza; honra al banquero, mata en nombre de Dios, comete actos y pensamientos impuros, roba y codicia lo ajeno, miente a su pueblo. Promete el cielo y amenaza con el infierno, pide a los pobres siendo rico, pide a los ricos para aún serlo más.
En el país de los vulcanos el pueblo solo tiene libertad para quitarse la vida. Se sienten vacíos, no son nadie en ninguna parte y creen valer menos que la soga que les ahoga. En el país de los vulcanos muchos sueñan y no despiertan.
Reflexiones:
La permanente incertidumbre, el miedo que nos han inoculado desde el mismo vientre materno, la descarada manipulación a que somos día a día sometidos, la desconfianza en los modelos institucionales, la angustia que desayunamos, comemos y cenamos con avidez en nuestras casas, son las pruebas contundentes de la distopía en la que vivimos y de la que no queremos, sabemos o podemos apartarnos. Esta distopía tiene unos principios esenciales que están interrelacionados:
Maximización del poder en todos los niveles (económico, político, etc.)
Uniformidad de los productos para consumidores similares y diferentes.
Centralización de la productividad: máxima producción a un menor coste y en un menor tiempo.
Concentración poblacional, producto de la urbanización de la sociedad.
Este es el funcionamiento paradigmático de toda cultura en la actualidad, desde el siglo XX. Lo tienen muy claro quienes se enriquecen más y más cada día, y sin embargo el común de la gente ignora que es un simple objeto llevado de un lado a otro por los vaivenes del sistema. Un sistema que usa a su antojo los medios de comunicación social, unos medios que inciden sobre la conciencia individual y sobre la conciencia social.
Maximización del poder en todos los niveles (económico, político, etc.)
Uniformidad de los productos para consumidores similares y diferentes.
Centralización de la productividad: máxima producción a un menor coste y en un menor tiempo.
Concentración poblacional, producto de la urbanización de la sociedad.
Este es el funcionamiento paradigmático de toda cultura en la actualidad, desde el siglo XX. Lo tienen muy claro quienes se enriquecen más y más cada día, y sin embargo el común de la gente ignora que es un simple objeto llevado de un lado a otro por los vaivenes del sistema. Un sistema que usa a su antojo los medios de comunicación social, unos medios que inciden sobre la conciencia individual y sobre la conciencia social.
La publicidad ocupa un lugar preponderante en este orden establecido, pero no es la única herramienta, las fiestas populares, los deportes de masas y la ignorancia generalizada son el caballo de batalla de los maestros de la distopía, aunque hoy día, los mayores éxitos los cosechan mediante los títeres ubicados en los principales puestos de gobierno del mundo, marionetas que formulan y aplican leyes injustas como si de un simple juego de niños se tratara.
Ante la distopía han florecido por doquier las utopías, pero su mismo nombre les aleja de la realidad y su etéreo sentido provoca las risas de los distópicos, cuyo poder crece con los años. Nos pasa igual que a aquellas mujeres que -por andar toda la vida buscando al hombre perfecto- al final se quedan solas; vamos como locos llenando los muros de nuestras redes sociales con mensajes abstractos de utopías y sueños inalcanzables a la par que criticamos las acciones de los distópicos, pero en definitiva nos movemos en un plano elevado varios metros del suelo, en parte tratando de escapar de la realidad, y en parte tratando de excusar nuestra falta de compromiso. Ante la distopía y la utopía, podríamos poner nuestro granito de arena para que nuestros hijos puedan algún día ver que todo lo que no brilla puede ser llegar a ser también muy valioso, y dejen de mirar a las cosas brillantes que a nosotros nos han encandilado o peor aún, por completo nos han cegado.
Ante la distopía han florecido por doquier las utopías, pero su mismo nombre les aleja de la realidad y su etéreo sentido provoca las risas de los distópicos, cuyo poder crece con los años. Nos pasa igual que a aquellas mujeres que -por andar toda la vida buscando al hombre perfecto- al final se quedan solas; vamos como locos llenando los muros de nuestras redes sociales con mensajes abstractos de utopías y sueños inalcanzables a la par que criticamos las acciones de los distópicos, pero en definitiva nos movemos en un plano elevado varios metros del suelo, en parte tratando de escapar de la realidad, y en parte tratando de excusar nuestra falta de compromiso. Ante la distopía y la utopía, podríamos poner nuestro granito de arena para que nuestros hijos puedan algún día ver que todo lo que no brilla puede ser llegar a ser también muy valioso, y dejen de mirar a las cosas brillantes que a nosotros nos han encandilado o peor aún, por completo nos han cegado.
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